El Gobierno Nacional, en los dos años que comenzaron a transcurrir hace dos semanas, intentará abocarse, con voluntad insuficiente, a la búsqueda del tiempo perdido.
Creer que el tiempo perdido puede recuperarse, es tan utópico como pensar que puede lograrse la piedra filosofal.
Especialmente, si lejos de acumular los recursos que se obtenían con cierta facilidad en la época de las vacas gordas, vieron, impasiblemente, como el dinero se les escurría de los dedos, como granos de arena.
Especialmente, si lejos de mantener actualizada la formidable infraestructura heredada de administraciones anteriores, la dejaron degradar hasta el punto de que hoy constituye el principal cuello de botella de nuestra economía.
Especialmente, si lejos de considerar las reservas como el respaldo de la moneda doméstica, hoy nos conformamos con calcular para cuantos meses de importaciones alcanzan. Y el resultado no es alentador, si tenemos en cuenta que solo para petróleo y derivados se necesitan 1.000 millones de dólares mensuales.
Especialmente, si lejos de cuidar la jerarquía de nuestro crédito púbico, se han venido financiando con el dinero confiscado a los fondos aportados por trabajadores activos y con el peor de los impuestos implícitos, no legislado por el Congreso Nacional, el impuesto inflacionario.
Especialmente, si lejos de respetar la realidad económica y aceptar que los balances se ajusten por inflación, aprietan aún mas el torniquete tributario y obligan a pagar impuestos por utilidades nominales, en un contexto inflacionario cercano al 30%. Lo que en el caso del Banco Central de la República Argentina provoca una constante disminución de su patrimonio, además del hecho de que su activo está constituído en cerca de un 50% por Letras del Tesoro emitidas en dólares, con la intención, efectivizada, de que no solamente se puedan transferir al Tesoro las utilidades nominales generadas por la revaluación de las reservas, si no también las generadas por la revaluación de esas letras.
Especialmente, si hace siete años convivimos con una inflación persistente que nos sitúa en ese lamentable ranking, alternativamente, en el primero o segundo lugar en el mundo.
Especialmente, si esa inflación es negada institucionalmente, a punto tal que los salarios, ya mas cerca de los tiempos del trueque, son discutidos en función de la evolución de los precios de los supermercados, que son mas confiables que las estadísticas oficiales.
Especialmente, si a los ciudadanos se les niega el acceso a las monedas extranjeras, inclusive si en las transacciones no participa como una de las partes el sector púbico.
Se podría continuar con una larga lista de “especialmente” constatando que no será fácil, por no decir que será imposible, recuperar el tiempo perdido.
El tiempo fluye indefectiblemente, y también se acaba el dinero, sustituto imperfecto del tiempo.
Nos quedará en todo caso el recurso de seguir buscándolo, sin encontrarlo, recordándolo a la manera de Marcel Proust, que anticipándose a Funes el memorioso, plasmó sus recuerdos con papel y lápiz, para evitar que con su desaparición física, caigan en el olvido.
Nos quedará en todo caso el recurso de recordar la historia, para aprender de las malas experiencias, ya que como decía Ciceron, los que no conocen la historia, o la olvidan, no dejan nunca de ser niños.
Parece que por la obstinación que demuestran nuestros actuales gobernantes, todavía son niños.
¿Será mucho pedir que en estos próximos dos años maduren, para mejorar los resultados, aunque no puedan ya llegar a ser los óptimos?